Otra
de las diferencias entre los proyectos vitícolas a ambos lados de
los Pirineos es la talla de ciertas bodegas, las cuales sacrifican
ese espíritu familiar y artesano por el de negociante trajeado que
coloca palets y más palets en las grandes cadenas comerciales. A
título humano es parejo puesto que mientras allá te improvisan una
cata horizontal en la visita aquí te niegan la entrada si no vas en
grupo (gracias Guillermo Berna) o te tardan semanas y semanas para
contestarte a un correo.
Nota de Cata: Color de alta intensidad con disco fucsia y lágrima
coloreada. Nariz para la fruta madura (en su punto, nada de
compotados). En segundo plano ecos florales y especiados. Al oxigenar
reaparece fruta de baya joven junto a ecos minerales bien extraídos
por un viñedo de 20/30 años. Boca intensa, muy afrutada con una
carga de fruta de baya protagonista. Buen frescor que denota la
añada. Calidez presente pero equilibrada con el resto de elementos.
La especia pone relieve y prolonga el final.
Un
monovarietal de 400 metros de altura para quitarnos
el mal sabor de boca y para la reconciliación. Lo elegí en la
propuesta de la bodega de Chema, un restaurante medianamente
famosos en Zaragoza por su cabrito y por el producto de mercado. En
definitiva un local que sin ser refinado ni elegante (servicio de
vino mudo y con drop-stop) se ajusta bien a la clientela
habitual y llena el plato más que al otro lado del Pirineo.
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